Cuarta
Dosis: Enemistad, Guerra y
Enfermedad
Kain
se esforzaba por controlar el dolor que
le atravesaba el pecho, respiraba profundamente para que su temperatura se mantuviera estable…el viejo lo fulminaba con
la mirada mientras limpiaba los agujeros que habían dejado las agujas. Su piel
estaba muy tensa e hinchada, las tres
marcas de las agujas cambiaban del rojo
al violeta con lentitud, mientras que alrededor, se forma un aro
amarillento…ese dolor no es nada comparado con la rabia de Kain al sentir la
mirada de sus padres, quienes discuten descaradamente con una especie de doctor
en la sala de su habitación.
―Viejo…― aunque susurra,
la voz de Kain es ahogada y débil. Kimihiro sólo lo observa― ¿Cuándo se irán?
El viejo asiático suspiró.
―Hablarán con usted y
luego se irán…
Kain contrajo la
expresión. Quiso gritar con todas sus
fuerzas, correr a todos, hacer lo que fuese posible para removerlos de su
habitación, de su vida…
―Viejo…necesito hablar
contigo luego, no descan…
―Hijo.
La voz de sus padres
retumbó en sus oídos. Kain respiró profundamente, trató de desviar sus
pensamientos por completo, la realidad de su condición podría deprimirlo en demasía y el tono de sus padres no le ofrecía consuelo alguno. Kimihiro retuvo la
respiración mientras se alejaba en silencio de Kain y éste se cubría con las
sábanas.
Una vez que Kain centró la
mirada en sus padres, estos retrocedieron como era de esperarse. El chico
contuvo un suspiro de frustración al ver cómo el doctor se acercaba a él con
mayor confianza y una sonrisa amable en su rostro. Kain lo detalló con
profundidad antes de bajar la guardia, mantuvo la mirada fija en sus ojos
grises y en las pequeñas arañas que se formaban al final de sus ojos, las
arrugas de su frente le otorgaban un aspecto parecido al de Kimihiro, aunque
indudablemente más joven.
―Bien…antes de informarle sobre su estado…―el doctor
tenía la voz raposa. Tensa en comparación a su sonrisa.
―Llámeme Kain― murmuró el chico con seriedad.
El doctor asintió brevemente.
―Kain, mi nombre es Julius y soy psiquiatra y neurocirujano…
Kimihiro reaccionó antes que los padres de Kain, ante
la repentina ola de ira que sacudió el cuerpo del muchacho. Lo tomó por el
hombro, y lo tranquilizó con una mirada firme, el chico apretó los puños contra
las sábanas y asintió mientras respiraba con lentitud.
― ¿Algún problema? ― inquirió Julius.
―He…― la voz de Kain era una mezcla de rugidos
extraños. Se aclaró la garganta y prosiguió― He pedido que los exámenes de ese
tipo culminen― dijo con mayor calma― Sólo quiero informes sobre mi estado
físico…
―Sobre eso le iba a hablar…― suspiró Julius,
evidentemente aliviado― Pero antes, quería hacer unas cuantas preguntas acerca
de los sueños…
―El informe que ha recibido tiene todo lo que sé y
puede servirse de las grabaciones para complementar todo tipo de curiosidad
médica. No aceptaré otro método distinto al que me han aplicado, y no, la
hipnosis no funciona conmigo…
Julius apoyó una mano en el hombro del chico. El agarre
de Kimihiro se transformó en una tenaza alrededor de su hombro, Kain reaccionó
con rabia intensa, pero la debilidad de su cuerpo lo obligó a quedarse tranquilo.
El doctor susurró por lo bajo:
― ¿No has sentido a alguien…aparte de ti… dentro del
sueño?
Kain puso los ojos como platos, sus fuerzas lo
abandonaron unos segundos … ¿Aquél hombre le creía? ¿Acaso ese anciano no lo
acusaba de locura? El muchacho comenzó a temblar ¿Era posible? ¿Era posible que
alguien, además de Kimihiro, le creyera?
Kain asintió. Julius sonrió con pena.
―Entonces sé lo que puede ayudarte…― le apretó el
hombro con suavidad― Pero primero debemos prepararte…y a la posible cura― alzó la
voz, mirando a los padres de Kain― Por lo que, te ruego, no te excedas…más de
una dosis al día…puede matarte.
Kain entrecerró los ojos y apretó los dientes.
― ¿Cuánto me queda? ― siseó.
Kimihiro alzó el rostro desconcertado ¿No había una
cura? ¿Por qué el joven amo había llegado a esa conclusión?
― Eres muy inteligente…―suspiró el doctor, parecía que
quería agregar algo más, pero vaciló― Si sigues como hasta ahora, puede que dos
o tres meses…
Kain rió.
―Puede matarme…―suspiró― Pero no lo harán…esas dosis
son las que me mantendrán vivo hasta que consiga la cura ¿Me equivoco?
El doctor asintió.
―Pero sólo me quedan…diría que unas tres dosis.
Kimihiro sintió que el alma se le iba a los pies.
― ¿Qué? ― murmuró inevitablemente.
Kain sonrió con tristeza.
―Los sueños están a punto de acabarse…lo presiento…―
aspiró con lentitud, mientras hablaba, dejó que el aire se le escapara poco a
poco― Pero eso no indica que mi condición médica se deteriore rápidamente…
―El ataque que sufrió…eso fue algo que afectó a su
organismo en gran medida. Podrías beber suero pero me contaron que te negaste a
otra cosa que no fueran transfusiones…
Kaín cerró los ojos.
―Hazme una dieta― ordenó con paciencia― Necesito tener
fuerzas…pero no quiero arriesgarme a perder los efectos de la droga― sentenció.
Julius pareció relajarse ante la actitud del muchacho.
Aquél era un hueso duro de roer, justo como Roxanna, en ese aspecto, ambos
tenían actitudes similares. Pero estaba seguro de que si no se hubiese
encontrado débil, ese chico se habría levantado, echado a todos de la
habitación e iniciado con una nueva sesión mortal. Cosa que Roxa jamás podría
hacer.
Cuando todos, excepto Kimihiro, se disponían a salir
Kain habló una vez más:
―En cuanto a la cura ¿Cuánto podría tardarse?
Julius lo pensó unos instantes.
―Eso…no lo podría decir claramente…porque no depende
sólo de ti.
― ¿Cuándo? ―rugió.
―Cuando no haya ningún riesgo.
El suspiro del muchacho lo obligó a recostarse de la
cama.
―Entiendo, retírese.
Kimihiro contó hasta diez hasta que se decidió alejar
de su amo y sentarse en la silla más cercana, sudando frío. Su amo…su amo
moriría por su causa, no habría esperanzas para él. Todo este tiempo, el
sufrimiento que le había causado a aquél por el que daría la visa había sido en
vano, todo este tiempo, lo había condenado a una muerte inminente…
―Viejo…deja el drama o te dará un infarto― suspiró
Kain. ―No estoy dispuesto a morir aún…
―Pero…― la voz del asiático se quebró― Joven amo…Joven
amo…
Kain se había levantado y colocado frente al viejo con una expresión
comprensiva y agotada en el rostro. Para Kimihiro, el aspecto del chico, aunque
evidentemente mejorado, le parecía débil y desprovisto de alientos de vida. El
asiático, sin siquiera darse cuenta comenzó a llorar ¿Qué pasaría si su amo
muriese? ¿Era él el verdadero culpable detrás de todo? ¿Cómo iba a morir? ¿El
muchacho estaría solo cuando sucediese?
Kain se revolvió, incómodo.
―Viejo…viejo…―murmuró, buscando un pañuelo y
tendiéndoselo― Sabes que no se me dan bien estas cosas…por favor…
El asiático se secó las lágrimas con lentitud.
―No me va a pasar nada…lo prometo― sonrió Kain. ―Ahora
lo mejor es que descansemos…
―Usted…me iba a hablar de…
Kain suspiró.
―De que había sentido a alguien más dentro del sueño…y
cómo me arrastraba hacia…―Kain se llevó una mano a la frente― Necesito…dormir
un poco…―murmuró.
El chico sintió una punzada de dolor desde el pecho
hasta la cabeza, pero decidió ignorarlo hasta la noche siguiente. Donde los
sueños le dieron respuesta a sus dolencias extrañas…
Creo que la herida más dolorosa que la guerra
provocó sobre mi fue la emocional.
Y no sólo estaba el hecho de tener que despedirme
de mi familia con el corazón en un puño y el interior desgarrado por aquellos
ojos que exhalaban tristeza y pérdida.
NOOOOOOO
Era el hecho de que tenía que ser yo, y sólo yo el
que le diera la noticia a Ruxandra. Sólo un día después de habernos conocido
realmente, sólo un día después de haber pasado una de las noches más
espectaculares de mi existencia; debía decirle a la mujer que amaba que me iría
a batallar en una enorme guerra cuyo génesis podría haber sido culpa de su
madre.
Y NO SOLO ESO
Estaba encargado de proteger al Rey Mago con todo
lo que tenía. Por lo que no sólo era yo el que iría, sino también su padre. En
otras palabras, tenía que cargar YO con la despedida de ambos, tenía que ser YO
quien se encargara de calmar la histeria de Ruxandra. Me partía el corazón
tener que darle la noticia, pero estaba resentido con el Rey Mago por no ser él
quien enfrentara a su hija…
El debate entre él y yo duró lo que se dice una
eternidad. Pero, cómo era de esperarse, utilizó la frasecita “¿Permitirás que
como padre…?” Ruxandra admiraba demasiado
a ese hombre como para destrozarla de esa manera. Yo, en
cambio…yo…no…yo…
Estaba caminando hacia el muro cuando un escalofrío
recorrió mi espalda.
¿Qué pasaría conmigo? ¿Ruxa…Ruxa en verdad me
odiaría? ¿Toda su aflicción se iría en mi contra? (Nótese que hasta este
momento, jamás le había temido a morir en la guerra) No, eso no podría suceder…
pero… ¿Y si comienza a llorar? La abrazaría y consolaría como siempre. ¿Y si
insiste en irse? ¿Qué le diría para pararla? ¿Qué…?
―
¿Qué te tiene tan pensativo? ―la
nariz de Ruxa dio de lleno con la mía en cuanto subí el escalón que me llevaba
a su jardín…
…La impresión casi me hizo caer hacia atrás. Toda
desesperación se vio disuelta por su presencia, mis sentimientos conflictivos
se disolvieron en una evidente pena. La iba a dejar, la dejaría a merced de
todo lo que pudiese ocurrir. La seriedad
invadió mis pensamientos, gracias a esa visión, gracias a esos ojos zafiro,
sabía exactamente lo que tendría que decir.
Su voz sonaba sarcástica y alegre como siempre,
pero sus facciones adquirieron un matiz de preocupación en cuanto detalló mi rostro.
―
¿Ocurre algo? ―
murmuró colocando su mano en mi mejilla.
La tomé con delicadeza y le planté un beso en la
palma.
―Tenemos
que hablar, cariño…
Ella adoptó una posición demasiado tranquila y
triste. Era una reacción tan típica de ella: anticipándose. En su interior
sabía que las cosas no iban para nada bien. Tomé su mano y la guié a la orilla
del lago, justo debajo del sauce que me había garantizado su protección.
Nos sentamos en silencio hasta que rompí el
silencio con un suspiro.
―Ruxa…―susurré apretando su mano con dulzura, ella me miró
en respuesta. ― Se
ha desatado una guerra, las criaturas del sur han invadido el castillo del rey
y me han llamado…
―No…―negó con la cabeza varias veces― No, Caleb.
―Cariño,
escucha…
―
¡No! ―
sollozó― ¡No
te perderé! ―
intentó calmar su respiración―
¿Fue ella cierto? Mi madre les informó de la enfermedad del Rey, ella…esa
harpía, lo escupió esta mañana…
― ¿a
qué…?
―Dijo:
“Sería una lástima…que muchos muriesen durante mi ausencia…si el rey está tan
débil” ¡y se mofó de ello! ¿Pero por qué? ¡¿Por qué ahora?!
Negué con la cabeza.
―No
lo sé…no sé qué pudo…
Mi mente ubicó de inmediato el único detonante: El
Rey Mago. El rey mago le impedía hacer lo que quisiese, sin él…ella podría
adueñarse de las hermanas y de Ankathya, de todo ¿o no? Ruxa y sus hermanas
serían herederas inmediatas en ese caso, Ruxa podría olvidar ese estúpido deseo
de no ser reina, por el bien de sus habitantes ¿Qué pretendía entonces? ¿Qué
podría despertar el deseo de sangre en una Harpía con tantas comodidades en
juego?
Sentí la garganta seca cuando comprendí ¿A caso
ella no estaba en celo?
―
Ruxa… ¿tu madre no buscaba un hombre joven…? Puede que haya organizado esto
para encontrarlo…alguien distinto de mi hermano…
―Con
un nivel de hechicería intermedio…―complementó― No tiene sentido…Mi padre le dijo que buscaría a
alguien, y todos los guerreros con niveles parecidos al tuyo se…ran…lleva…dos
a…― fue
deteniéndose a medida que su mente procesaba, sus ojos se abrieron
completamente y me miró de frente―
¿Ella te vio?
―
¿Qué?
―
¿Ella te vio, Caleb? ―repitió
tomándome por los hombros― ¿Te
vio mientras me llevabas a mi habitación?
―No…― lo pensé unos instantes. Había sentido un
escalofrío extraño…pero nada más― No
lo sé…puede que…
Ella contrajo la expresión, la envolví en mis
brazos.
―Te
vio, estoy segura…―
contenía los sollozos en su garganta― No
quiere que estés conmigo…por eso inició todo esto, fue ella…
Apreté la mandíbula. Ella tenía razón, pero había
algo más, la alejé de mí y acaricié su rostro, limpiando sus lágrimas
silenciosas.
―Ruxa…hay
algo más…por favor, tienes que ser fuerte…
―
¿Qué…?― su
exclamación fue más una reacción dolorosa que una pregunta.
―La
verdad es que yo no tendría que ir…pero―
aspiré una buena cantidad de aire― Soy
el encargado de proteger a tu padre a toda costa…
La dejé procesar en silencio.
― Los dos… ¡ambos se irán!
―Ruxa…
―Los
dos…perder a uno ya es…pero ambos…ambos no…
―Ruxa, escucha…no tienes que darlo por hecho…puede
que…
―
¿Qué, Caleb? ― Su
sollozo me partió el corazón, pero su empujón me derrumbó por completo. Se
separó de mí y se acercó a la orilla del
lago. Se volvió para gritarme con angustia―
¡¿Crees que me hace bien ilusionarme a estas alturas?! ¡Es una guerra! ¡No
sabes lo que te espera allá! ¡PERO YO SÍ! Los he visto…he visto a esos
monstruos, sé lo que hacen…―se
cubrió el rostro con las manos― No
quiero perderte…no quiero perder a mi padre…
Corrí y la abracé, ella no se quejó, no emitió
sonido alguno. Si lloraba o sollozaba, no lo sabía, no podría estar seguro de
ello. En silencio estuvimos abrazados hasta que un “cuídate” se deslizó por sus
labios, me apretó contra ella una vez
más hasta que se dio la vuelta y corrió…
En cuanto mis brazos dejaron de sostenerla, entendí
el motivo de su escape. Ahora su deber era estar con sus hermanas, ahora su
prioridad era cerciorarse de que estuvieran bien y seguras. De que su madre al
fin se retirase de sus vidas…rezando por la vuelta de su padre y la mía.
…
Pensaba en ello cuando entrabamos en el campo de
batalla. Aún podía sentir el calor de su cuerpo en mis brazos y, dentro de
poco, estos comenzarían a destrozar criaturas sin piedad.
El Rey Mago me observaba con amabilidad y me palmeó
el hombro una vez que el carruaje se detuvo.
Mi primera visión, una vez que aparté la cortina de
la puerta, fue la de miles de cadáveres pudriéndose a mis pies, el estado de
sus cuerpos era tan lamentable que me revolvió el estómago. Pero en seguida me
puse en marcha, ya los soldados habían sido reubicados y aquellos cuerpos serían
barridos con la magia de Rohan (cómo me había pedido que le llamara en el
camino).
La primera línea de batalla. Ese era lugar, y no
dejó de serlo hasta el final de la batalla. Recuerdo mi rostro reflejado en los
ojos de los monstruos, cómo deseaban encajar sus filosos dientes en mi cuello,
sentía su deseo como si fuera ropa sobre mi piel, erizando cada vello de mi
nuca. Nunca paré de temblar, incluso cuando clavaba mi espada en sus costillas
y sentía sus huesos romperse bajo su filo, incluso cuando su sangre me empapaba
de pies a cabeza…
Mi mayor preocupación, eran aquellos cuyos rostros
eran más parecidos a los humanos, sus habilidades me habían costado heridas
incalculables. Pero el miedo era mi guía en aquella batalla sin fin, gracias a
él podía defenderme ciegamente, gracias a él no era capaz de tener misericordia contra quien me atacaba, había
asesinado ya a tantas hadas que mi estómago se revolvía al recordar a Ruxandra,
esas fieras tan temibles, de ojos tan amables y rostros de hermosas
pequeñas…atacaban sin piedad alguna, iban directamente en busca del Mago, de
Rohan, que agotaba sus defensas con rapidez, mucha de la que yo jamás podría
presumir.
Él era el líder de nuestro ejército, el creador de
estrategias, la mente y el corazón de toda la operación. Las bajas se redujeron
significativamente con nuestra llegada y eso era gracias a nuestro mago.
Yo ya estaba harto de tanta muerte, me había negado
a usar magia desde el primer día. Ese tipo de hechizos me hacían despertar
demasiados instintos que no pertenecían…esos instintos, esos demonios sedientos
de sangre y hambrientos de poder, todos eran de Ruxandra. Y ella tenía que
lidiar con la gran mayoría.
Fue la última noche, cuando Rohan me invitó a una
copa.
―No
creo que estos momentos sean los ideales, señor―
murmuré, estaba extenuado.
―Siempre
es buen momento cuando hay paz, hijo. No olvides eso…― sonrió. El sudor le resbalaba por el rostro,
comprendí el cansancio en su mirada.
Suspiré en cuanto tomé la copa de su mano
extendida.
―Tiene
razón, señor. ―
choqué el cristal con él y bebimos en silencio unos instantes.
―Mañana
acabará esto―
murmuró.
― ¿Cómo
lo sabe? ― dije
esperanzado― No
me diga que es una corazonada…no estoy de ánimos para supersticiones…
Rohan rió con sarcasmo.
―No,
hijo. He mermado sus fuerzas en demasía, solicité “parlé” hoy mismo. Según su
respuesta podremos irnos mañana temprano…Ruxa debe estar preocupada…
Contraje la expresión.
― ¿Cuánto
ha pasado? ― no
creía que el tiempo se pasara tan rápido. Pero ya no distinguía el día de la
noche, sólo esperaba a que llegara el momento de terminar las batallas.
―Dos
meses…
Me quedé congelado. No…no podría haber pasado tanto…
―No…
―Es
difícil para ti, he visto cómo te ha afectado. ―murmuró― Pero creo
que tu cuerpo ya ha tenido suficiente, debes empezar a utilizar tu mente o te
fatigarás…
―No
quiero usar magia, no creo que pueda controlar…la parte de Ruxa.
―No
te controlará―
aseveró―
Eres más fuerte de lo que crees…― el
tono de su voz se volvió taciturno, cómo si se hubiese percatado de algo
extraño. Sentí el ambiente tornarse de melancolía.
― ¿Señor?
―
murmuré.
―Sí
algo llegara a sucederme…―dijo
con la mirada perdida―
Quiero que Ruxa se adueñe del reino, que sea ella quien dirija Ankathya… ¿Entendido?
―Pero
señor, ambos regresaremos…es mi deber…
Su mirada me acalló. Era como si todo el
conocimiento del mundo se ocultara bajo aquellos ojos cambiantes. Si algo
sucedía, seguro iba a ir más allá de mis capacidades.
Fue la mañana siguiente cuando recibimos la declaración
de guerra a muerte.
La decepción se respiraba como el perfume óxido de
la sangre. Todos los presentes tenían familias, pero la esperanza de verlas se
disipó al instante. No sé de donde salieron las palabras que conseguí dejar
escapar de mi garganta, pudo haber sido la fatiga…o, incluso, mi propia
decepción, pero el hecho fue que lo que dije logró asomar ése brillo de
esperanza en los ojos de los soldados:
― ¡No
estamos aquí para dar la vida en una pelea insulsa! ¡Los que seguimos con vida
tenemos la experiencia suficiente para acabar con nuestros enemigos! ¡Protegeremos
las tierras de nuestro Rey como nadie! ¡Todos
aquí sabemos que él mismo estuviera con nosotros de no ser por su estado! ¡Así que
a elevar esas caras y levantar nuestras mejores armas! ―hice énfasis dejando que unas llamaradas azules
invadieran mis brazos― ¡Hemos
venido a ganar y a garantizar la protección de los nuestros!
Los rugidos y vítores me sorprendieron, pero más lo
hizo la sonrisa del Rey Mago, quien me observaba desde su caballo.
―Eres
un líder nato, hijo.
―Nunca
mejor que usted, señor.
Fui el primero en salir a batallar, agité las
llamaradas de fuego azul como si fuesen látigos. La primera línea de monstruos
quedó reducida a cenizas, la segunda fue más habilidosa, consiguió hacerse con
un escudo y pasar por mis flancos, pero todo estaba calculado, Rohan sabía mis pretensiones
y ordenó disparar a los arqueros. No estarían en contacto con mis hombres aún,
tenía que mermar sus fuerzas lo suficiente…
Las bolas de fuego se alzaron al instante, pero nuestras
ninfas fueron rápidas. Durante todo el período de combate, las criaturas a
nuestro servicio se habían mantenido al margen, a mi orden, por supuesto. Sus
métodos eran excesivamente crueles y nada cuidadosos, muchos soldados humanos
podrían morir con sus hazañas. Pero ahora mi esperanza estaba depositada en su
cuidado…
Las ninfas alzaron sus manos al mismo tiempo,
creando un escudo contra el fuego, luego se alzaron como niebla y se propulsaron
hasta nuestros atacantes. Cuando estuvieron distraídos, era turno de los
soldados, corrieron con sus espadas y lanzas, mientras las criaturas enemigas
eran alzadas por los aires y destrozadas por la blanca niebla de las ninfas.
Macabros fuegos artificiales, llenos de gritos de dolor y desesperación…
Yo me encargué de pegarme a Rohan, protegerlo
contra todo lo que pudiese ceñirse sobre él. Su trabajo era hacer la mayor
cantidad de hechizos posible para fatigar a los gigantes, así era más fácil
derribarlos, además de controlar a nuestras criaturas, limitar sus deseos.
Cuando soltamos a los lobos, necesitó incluso bajarse de su caballo y sentarse
en el suelo, ese fue mi momento para extender una corona de fuego helado a su
alrededor. El mago solía moverse
demasiado cuando hechizaba, ahora tenía un momento de tranquilidad.
Pero ese momento no duró demasiado. El mago abrió
los ojos repentinamente y se puso de pie, deshice las llamas y tomé los látigos
de nuevo, sin embargo, nadie nos atacaba. Nadie nos rodeaba…todo…
― ¿Qué?
―murmuré.
No había nadie alrededor, toda la masacre había
desaparecido.
El viento soplaba con suavidad, todo pasaba
lentamente, escuché una risa tronadora a lo lejos. El mago seguía con los ojos
como platos mirando al cielo. Me acerqué a él, extrañado, cuando sus ojos, sólo
dos esferas plateadas me miraron y su boca se abrió…
―Cuida
de Ruxa, Caballero de la Reina―
murmuró con una voz profunda, como si hiciera ecos dentro de su propia
garganta.
No dije nada. Simplemente asentí…
En ese instante, el cuerpo del mago se inclinó
hacia atrás y su boca se abrió completamente. Cuando comenzó a emanar una gran
cantidad de líquido de ella, todo pasó excesivamente rápido: el ambiente de
guerra reapareció, toda la muerte y masacre me rodeaba, el sonido de gritos y
espadas se atronaba a mis costados y a mi espalda. Pero mis ojos quedaron
aturdidos por la imagen que captaron justo después de recobrar el estado
temporal…
El Rey Mago, Rohan, inclinado hacia atrás con los
brazos extendidos, su boca abierta emanaba una gran cantidad de sangre al igual
que sus ojos que seguían mirando en mi dirección. Una gran estaca había
atravesado su estómago, la sangre se escurría por debajo de su túnica…seguí la
estaca hasta el final…una bandera blanca ondeaba a lo alto…
Cuando caí de rodillas…cientos de plumas carmesíes
bajaban del cielo, y la risa que había escuchado hacía segundos sonaba sin cesar en mis oídos.
Aquella carcajada femenina, marcó el final de la
Guerra Sanguinaria.